17 junio 2009

"¡Se cayó!"

7:55 p.m.



Felipe era de aquellos que en su descanso de medio día compraba dos pesos de tortillas y una coca de a medio para acompañar el guisado que su mujer le daba fiel y sagradamente cada mañana al salir de casa: un “toper” con algunos trozos de carne y nopales fundidos en la espesa salsa verde, una salsa en extremo picante; le faltaba refresco para aliviar el calor en su lengua, pero es así como le gustaba la comida, bien picante.

Pero el ardor del condimento no es lo único que se aguantaba, desde hace rato que traía la cara roja de coraje con el jefe de la cuadrilla. Cuando ya habían levantado la pared de madera con sus bastidores bien cuadrados, las hojas de triplay fijas y la estructura “a plomo”, el tipo de bigotes poblados y despeinados como escoba de uso, le decía: “quedó chueca, échale cuñas”.

-¡Cuñas!, si le meto cuñas si va a quedar tan chueca como el mugroso zaguán de mi casa que se esta cayendo. Nel, no le voy a meter nada-, pensaba mientras escuchaba las múltiples e infinitas recomendaciones de su superior.

Felipe cómo que le daba martillazos y usaba la cinta para medir nada, al rato el muy idiota le decía “¡A mira!, ¿ya ves?, quedó derechita, que bueno que te dije lo de las cuñas”.

-Aja. Si quieres también te pongo unas cuñas en tu jeta pa´ ver si tu también te pones derechito- pensó nuevamente.

A las 9 am en la obra de Polanco; un bolillo y un café negro en la panza; lijas, desarmadores, un taladro y virutas en el manchado morral, descosido por el peso de la fría y dura herramienta. “Hay hora de entrada, más no de salida” era el enunciado de muchos de los otros carpinteros de obra, porque hay una gran diferencia entre trabajar en un taller propio, despejado y solitario; y trabajar cada quince días en una nueva obra, tratando de ubicarse y encontrar dónde cortar las tiras de madera, medir las láminas de comprimido y guardar la herramienta de los lacras de albañilería.

Y Felipe se quedó sin cobrar esa quincena, de hecho la cobró su hijo a nombre de su mamá que aun no alcanzaba a asimilar los eventos que le cambiaron su visión y modo de vida ese caluroso jueves de Mayo.

Se encontraban armando un redondo plafón para la oficina de reuniones del corporativo que recién había comprado el terreno e iniciado la construcción del edificio que albergaría a 2 mil agentes de ventas para el giro de la empresa: seguros de vida.

Las varillas y mezclas ya habían hecho su trabajo, le corresponde al diseñador de interiores jugar a las formas y materiales de las oficinas; en realidad, el de los planos nunca entraba a la zona de obras hasta terminado el trabajo. Carpinteros, pasteros, pintores y albañiles menores llenaban cada piso desnudo.

Felipe cortó tres de las catorce láminas de madera de doce milímetros que armarían el delicado, rústico y pesado plafón que se instalaría. Dos personas sostenían la madera, mientras otra más le metía pijas tan largas como el dedo de un pianista.

-A ver, ya llegaron las otras hojas, están abajo, hay que subirlas- gritó el molesto jefe de Felipe, -¡Ándale Felipe!, que los del flete tienen otros pedidos.

-No masques, están pesadísimas. Será de una por una, ¿no Felipe?- exclamó uno de los carpinteros.
-Nomás es cosa de saberlas agarrar. Échame dos.

Con dos láminas de 7 kilos cada una, sin guantes de gamuza y un dedo machucado ayer, Felipe subió las escaleras del gris edificio. A cada escalón podía sentir el peso que sus ya temblorosas manos cargaban con la ayuda del hombro derecho que más bien parecía rechazar polarmente las dos hojas de pesada madera. La oficina de trabajo estaba en el último piso.

Sólo se necesitó de una ventisca de la iniciada lluvia para que Felipe retrocediera un paso y así no perder el equilibrio; debía sortear las ráfagas y no dejar caer las hojas, no se podía dar el gusto de tirarlas así y ya, cada una valía ochocientos pesos y si se rompen él tendrá que pagarlas.

No las soltó, las tomó mas fuerte con las estremecidas manos, pero otro viento le empujó, la madera sirvió como lo es una vela a un barco en altamar. Una bolsa de aire llegó frente a Felipe y los pasos se le volvieron torpes con las pequeñas y precipitadas gotas de lluvia que le caían en la cara y le dificultaban abrir los ojos.

Un giro a la derecha y topó con el pequeño barandal de la escalera, le ganó el peso y se precipitó desde el cuarto piso.

La madera se rompió, algunos trozos fueron a dar bastante lejos, algunos otras piezas permanecieron fieles al cuerpo del que no tuvo siquiera oportunidad de darles una cortada con la sierra; fieles a Felipe, el cual ya tenía la cara empapada de sangre mezclada con agua y que, poco a poco, diluía el vivo color que brotaba de su cuello y parte baja de la espalda.

“Se cayó”. D.F. Viernes 8 de Mayo de 2009. Un trabajador que laboraba en la obra del nuevo centro financiero y operacional de Seguros Unisa, perdió la vida tras sufrir una aparatosa caída desde el cuarto piso de la construcción al intentar subir pesadas láminas de madera.

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